La distribución de un salón de clases
debe ser flexible y satisfacer las necesidades de distinto propósitos educativos.
En el proceso enseñanza-aprendizaje, el maestro y el alumno son los
protagonistas, pero existen componentes secundarios que ejercen una influencia
significativa en la calidad de la experiencia educativa, uno de los más
importantes, es el aula.
El punto de partida
La relevancia del lugar donde se aprende es algo en
lo que la mayoría de los expertos y autoridades educativas están de acuerdo.
Joan Young, experta en educación y desarrollo infantil, detalla lo que se
espera de un salón de clase para habilitar el aprendizaje.
“Un ambiente positivo en el que los estudiantes
tengan un sentido de pertenencia, puedan confiar en otras personas, se sientan
impulsados a tomar desafíos, hacer preguntas.”
Esta descripción es concisa y de
carácter atractivo, no deja dudas acerca de lo que debe tener un lugar de
aprendizaje, sin embargo, es muy general y pone de manifiesto un
cuestionamiento importante en la discusión acerca del salón de clases.
Si bien, hay consenso en la
experiencia que queremos extraer de nuestros espacios educativos, sabemos que
las actividades que se realizan en el aula son muy variadas, y no podemos
hablar de un modelo unitalla en cuanto a la distribución de los lugares de estudio.
Lo que sí es posible es desarrollar estrategias que hagan el mejor uso del
espacio en cada situación específica que surja de las necesidades educativas.
Diálogo o verticalidad
Uno de los principales dilemas cuando
discutimos la influencia del salón de clase, parte de la relación que fomenta
entre el maestro y los estudiantes. Una tradicional disposición en hileras, por
ejemplo, ejerce una interacción vertical entre quien imparte el conocimiento y
quien lo recibe. En esta distribución, el maestro está en el frente,
estableciendo un vínculo jerárquico con sus educandos, acomodados en bloques,
que aún si conforman un ambiente ordenado y práctico, no facilitan la
comunicación bilateral.
El propósito de esta alineación es
que el maestro hable y los estudiantes escuchen, lo cual puede ser muy
provechoso en algunas instancias, pero en otras, donde la participación y
la colaboración son necesarias, esta distribución trabaja en contra.
Un acomodo semicircular, por otro
lado, habilita la democratización de la experiencia educativa. Un estudio
realizado en Alemania, en el que participaron estudiantes de cuarto grado,
comprobó los diferentes efectos de una distribución lineal y una semicircular.
Dividieron un grupo en dos para que
cada uno probara uno de estos dos acomodos, los resultados mostraron que las
preguntas y participación tuvieron más reincidencia en el arreglo semicircular,
que en el lineal. Esta conclusión invita a una pregunta trascendental:
¿Entonces, cómo aprenden mejor los alumnos?
Escuchar para mejorar
La mayoría de los maestros ha pasado
por esa difícil dinámica de asignar asientos, decidir junto con los estudiantes
quién se sentará dónde, y qué más va a haber en el salón de clases. Si va tener
arte, o libros, si contarán con una mascota de la clase, si van a decorar, los
colores y texturas que van a utilizar y todos los demás elementos que conforman
un espacio educativo
Incluir a los estudiantes en este
proceso es indispensable, pero no siempre los resultados son favorables o
productivos a largo plazo. Discernir entre lo que el grupo quiere y lo que el
grupo necesita es difícil. Stephen Heppell, especialista en innovación
educativa habla de cómo canalizar a los estudiantes para conseguir mejor
retroalimentación.
En 2015 Heppell hizo a los alumnos de
los colegios SEK una pregunta: ¿Podrías mejorar tu aprendizaje? No les preguntó
dónde querían sentarse ni de qué color querían tapizar el muro del salón, a
grandes rasgos no les preguntó su opinión; más bien retó sus habilidades para
la investigación e incentivó su pensamiento crítico, pidió a los estudiantes
que revisaran los métodos, distribución y estructura de diferentes escuelas,
con el fin de descubrir qué era lo que hacían mejor, los resultados fueron
esclarecedores.
El ejercicio reveló una posición de
verticalidad excesiva en la manera en la que tradicionalmente se ejerce la
educación y la falta de pensamiento crítico en los esfuerzos de mejora, uno de
los alumnos de Heppel declaró: "He ido a siete colegios diferentes y esta
es la primera vez que alguien me pregunta '¿cómo podemos mejorar?"
La clave, no es solo preguntar a alumnos y maestros
qué es lo que funciona o no en materia de distribución del aula, para encontrar
una respuesta útil y duradera es necesario hacer uso crítico de los estudios, observar
constantemente las nuevas tendencias, medir su efectividad, establecer un
diálogo con los estudiantes sustentado en lo que ellos mismos observan y
distinguen. Estas son las acciones que propician el mejor ambiente para educar
y aprender.
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